El trauma psicológico no es simplemente un mal recuerdo. Es una irrupción, un secuestro neurobiológico donde el pasado no se recuerda: se revive. Lo que fue una amenaza entonces, el cerebro lo interpreta como peligro real ahora. Y, en ese proceso, nos saboteamos.

 

El cerebro humano y el trauma: un conflicto interno

El cerebro humano, brillante y sofisticado, está diseñado para ayudarnos a procesar nuestras experiencias y generar aprendizajes. Pero cuando aparece el trauma, esa maquinaria se traba. Un estímulo aparentemente neutro puede actuar como un detonador y reactivar vivencias antiguas que nunca fueron procesadas de forma adecuada.

Pensemos en un caso: una persona que en su infancia fue constantemente humillada o agredida verbalmente por una figura de autoridad (por ejemplo, su madre). Años después, en su vida adulta, cada vez que su jefe se le acerca, no reacciona al presente, sino al eco de aquel pasado. Siente ansiedad, nerviosismo o necesidad de defenderse, aunque no haya amenaza real. No es el jefe lo que lo desestabiliza, sino lo que representa: poder, juicio, desaprobación.

Este fenómeno es común. El adulto no responde a la situación actual, sino al trauma infantil, que sigue activo. El cerebro, al no haber integrado esa experiencia, sigue tratando la figura de autoridad como un peligro real. Así funciona el trauma: se infiltra en la vida cotidiana, disfrazado de reacciones desproporcionadas o malestar inexplicable.

 

El cerebro humano y el trauma: un conflicto interno

 

No olvidemos que hay traumas visibles y traumas ocultos

Al hablar de trauma, solemos pensar en grandes eventos: accidentes, abusos, pérdidas. Pero también existen los llamados «traumas ocultos», menos visibles pero igual de dañinos. Estos se generan en contextos cotidianos: descalificaciones constantes o ambientes invalidantes donde expresar emociones era castigado o ignorado.

Si alguien ha crecido escuchando que «todo lo hace mal» o que «no sirve para nada», acabará creyéndolo. A menudo, quienes sufren este tipo de trauma lo minimizan o lo justifican. Incluso pueden volverse emocionalmente anestesiados como mecanismo de defensa. Pero que el dolor no se exprese no significa que no exista. Estos patrones, adquiridos en la infancia, tienen un impacto directo en la edad adulta. Nos condicionan. Y lo hacen silenciosamente.

 

El trauma como nudo emocional no resuelto

El cerebro siempre está buscando referencias del pasado para saber cómo actuar en el presente. Si una situación actual se parece a una herida no resuelta, nuestra reacción será automática y muchas veces desproporcionada. Imaginemos a alguien que fue engañado por una pareja anterior. En su nueva relación puede experimentar celos intensos sin motivo aparente. Sabe que su pareja actual no le ha dado razones, pero no puede evitarlo. Su cerebro, hipersensibilizado, interpreta señales neutras como amenazas. No está viendo el presente: está reviviendo el pasado. La situación actual le hace conectar con lo vivido en el pasado. Estas respuestas automáticas, si no se comprenden, terminan gobernando nuestra vida emocional. Y aquí es donde entra la terapia.

 

Cómo funciona el trauma

 

¿Y qué pasa cuando no hay recuerdos claros, ni imágenes, ni emociones reconocibles?

Uno de los grandes aportes de la terapia EMDR es su capacidad para trabajar incluso cuando no hay un recuerdo definido, una imagen clara o una emoción reconocible. Muchas personas llegan a terapia con un malestar persistente, una reactividad emocional que no saben de dónde viene, una sensación constante de estar fuera de lugar, tensos, irritables o desconectados, pero sin poder explicar por qué.

Este tipo de casos son especialmente complejos para los enfoques terapéuticos tradicionales, que a menudo dependen de la narración consciente o de la exploración verbal de recuerdos específicos. Pero la terapia EMDR no necesita que el paciente lo recuerde todo con claridad. Su eficacia radica en que trabaja directamente con el sistema nervioso y con las redes de memoria, incluso cuando estas no están plenamente accesibles a nivel consciente. Durante una sesión de EMDR basta con partir de una sensación corporal, una emoción vaga o una situación actual que genera incomodidad. A partir de ahí, mediante la estimulación bilateral y una serie de protocolos clínicos estructurados, se facilita el acceso a redes de memoria implícita, es decir, aquellas que no siempre están disponibles a nivel narrativo. El cerebro comienza a conectar, integrar y reprocesar información que hasta entonces permanecía bloqueada o fragmentada.

Este enfoque hace que EMDR sea especialmente útil en traumas tempranos, olvidados o minimizados, así como en experiencias adversas que se almacenaron en el cuerpo más que en la mente. Porque el cuerpo sí recuerda, aunque la mente no tenga palabras para explicarlo.

En este sentido, la terapia EMDR abre una puerta allí donde otras terapias a menudo se detienen. No exige tenerlo todo claro, ni contar con una historia coherente desde el principio. Lo que requiere es la disposición a escuchar al cuerpo, a confiar en el proceso y a permitir que el cerebro haga su trabajo: sanar.

Soy psicoterapeuta especialista en EMDR, formada por la Asociación Española de EMDR.

¿Hablamos?

¿Cómo ayuda la terapia EMDR a procesar el trauma?

La terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por Movimientos Oculares) es una de las herramientas terapéuticas más efectivas y científicamente respaldadas para tratar el trauma. Su objetivo es claro: desbloquear la información traumática atrapada en el sistema nervioso y permitir que el cerebro haga lo que no pudo hacer en su momento: procesar el trauma de forma segura y adaptativa. Uno de los mecanismos centrales de esta terapia es la estimulación bilateral, que puede ser ocular, auditiva o táctil. Este tipo de estimulación reduce la activación emocional y, al mismo tiempo, aumenta las asociaciones mentales entre el recuerdo traumático y otras experiencias integradas en la memoria.

Así, los recuerdos dolorosos comienzan a perder fuerza emocional. El cerebro reorganiza la información, la integra y deja de interpretarla como una amenaza constante. El pasado deja de ser una herida abierta para convertirse en una experiencia superada.

 

¿Por qué la terapia EMDR es más que hablar del problema?

A diferencia de otros enfoques que se centran en la narrativa verbal, la terapia EMDR actúa directamente sobre la raíz del trauma. No se trata solo de entender lo que pasó, sino de liberar al sistema nervioso de la carga que aún arrastra. Eso sí, para que los efectos sean duraderos, es esencial que el paciente comprenda lo que está ocurriendo en el proceso terapéutico. Esa consciencia activa no solo potencia los resultados, sino que también empodera.

 

Sanar el trauma es posible

El trauma no se cura solo con el tiempo. Tampoco desaparece por ignorarlo. Lo que no se mira de frente sigue actuando desde las sombras. Por eso, la terapia EMDR no sólo ofrece una vía de tratamiento, sino una verdadera posibilidad de transformación emocional. Los traumas no resueltos actúan como nudos emocionales que nos impiden decidir en libertad. Son interferencias que sabotean nuestro presente desde un pasado no resuelto. Integrarlos no es fácil, pero sí posible. Y ahí es donde empieza la sanación.